Graffiti
- Camila Abram
- 18 sept 2016
- 3 Min. de lectura
¡Buen Domingo!
Los invito a terminar el fin de semana con un poco de Cortázar y un cuento propio. Graffiti es un cuento de Julio Cortázar escrito a mediados de los sesenta, donde se establece un diálogo muy particular entre dos artistas. Nuevamente no voy a contarles mucho más ya que voy a dejar el cuento original en la sección "PDF" para aquellos que no lo conocen. Por otro lado espero que disfruten del cuento que escribí a partir de una consigna donde, después de haber leído Graffiti, debía recrearlo (recrear la secuencia de los hechos) pero en primera persona. ¡Ojala les guste!
"Una forma de molestar un poco y en silencio, porque después de mucho tiempo uno se olvida de cómo molestar. Cuando no te dejan ni gritar o patear o respirar y te quedas sin aliento porque ya no podes más, y te desinflas, como un globo roto o pinchado o como nada. Los policías y las personas que siempre siguen las normas, comencé a darme cuenta, ya eran casi iguales. Y ahí fue que quise hacer algo. Mi abuela siempre me decía que de chico era insoportable, que no paraba de llamar la atención y que me decían terremoto. Ahora, estoy en el último año de secundaria… y me gustaría ser un poco más así. Pero soy frio, aséptico, calmado, hasta me siento un poco muerto. Las calles y los transeúntes se sienten igual. Así que, a la salida del colegio agarre las tizas que habían quedado abandonadas en el escritorio del profesor y me fui. Un gran error, porque cuando llegue al muro para hacer lo más parecido a un acto de rebeldía que se podía tener… me di cuenta de que esas tizas no servían. Eran blancas. Una vez en mi casa, empecé a revolver entre las cosas que habían sido de la abuela. En una cajita chiquita, un costurero como le decía ella, encontré hilos y agujas que mucho no me servían, y escondidas al fondo, mirándome ansiosas, había tizas. Que chiquitas que eran, que desgastadas… Cuando termine el dibujo, lo admire desde la cuadra de enfrente, contando hasta cinco para no detenerme demasiado, y me fui. Al otro día ya lo habían borrado, y la pared quedaba medio vacía de nuevo. Pero yo había asumido un compromiso con esa pared y así fue que empecé a volver. Volví algunos días a la mañana, otros a la noche, si no podía dormir, a la madrugada y pensé un poco en mi abuela. Un miércoles, encontré otro dibujo al lado del mío. Que nervios me dio, que sensación de estar expuesto a cualquier cosa, a todos.La persona que dibujaba, siguió dibujando y yo le seguí contestando, y todos seguíamos diciendo cosas un poco en silencio, callados. Paredes pintadas, una sirena; paredes en blanco. Paredes pintadas, una sirena; paredes en blanco. Una rutina, un ritmo, un mes. Así yo me encontré caminando solo por la calle a cualquier hora, pensando en encontrarla, en descubrirla… Entonces vi un tumulto de personas en un acto violento, pelo negro que se movía de un lado a otro entre manos enguantadas y un auto de policía que se la llevaba y un dibujo borroneado que no decía casi nada. De nuevo, pensé en mi abuela. Así que llore, un poco por la impresión, otro poco por el anhelo de que me hubiesen golpeado a mí. De que me hubiesen llevado a ningún lado, a cualquier lado, todo golpeado y silenciado y desaparecido como le habían hecho a ella.Seguí pintando, un poco esperando una respuesta, algo.A la noche, sin poder dormir, visite mi último dibujo, (que los policías todavía no habían borrado), y encontré el suyo. Violeta, suave, chiquito, quieto y sigiloso, cerca del mío. Fue como un suspiro de resignación, de alivio. Un abrazo. Fue suficiente para que siguiese usando las tizas de mi abuela, hasta que de a poco, se me fuesen desgastando entre los dedos. Y solo quedase un tierno polvo, que desaparecería con el ligero roce de las manos en mis bolsillos."
Cami T. Abram

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